Nuestra vida diaria, aquellas rutinas como el trabajo, la vida social, las actividades culturales, las académicas, los casamientos, ha sido truncada. Hoy estamos silenciados e inhibidos por este real que detuvo al mundo, en todos sus ángulos. Sin embargo una vez más los artistas tomaron la delantera y organizaron conciertos desde sus casas, primero solos y después acompañados por su banda desde la virtualidad; también aparecieron otros, con menos nombre y convocatoria, que cantaron desde sus balcones, regalando conciertos barriales y entrañables. Y los vecinos se empezaron a conocer desde la lejanía. Los profesionales salieron al ruedo ofreciendo su experticia a aquellos que los necesitaban. Los médicos, enfermeras y personal de la salud comenzaron a ser aplaudidos y respetados como nunca por su labor heroica. Y la pandemia hizo un silencio a eso llamado la era del narcisismo y propició otra manera de ver el mundo. La pandemia trajo algunas cosas buenas, como la nostalgia del abrazo, el ansia de la caricia y el recuerdo de la ausencia. Y el tiempo volvió a ser tiempo aunque no sepamos bien aún qué hacer con él. Algo del Eros se coló por ese Thanatos avasallante y estridente que parece haberlo tomado todo. Pero aún en un resquicio, en una zona abisal algo del amor se escurrió entre las venas en forma de canción que se canta o se palmea en algún balcón. Porque como dice Freud “pues allí donde el amor despierta, muere el yo, déspota y sombrío.”
En la clínica psicoanalítica observamos cómo este momento traumático resuena de distintas maneras en nosotros. Cada uno va a intentar enfrentarlo como pueda, es así que algunos van a ritualizarse aún más en sus manías diarias, otros se pondrán más evasivos en sus fobias, otros podrán delirar con teorías conspirativas, y algunos menos trasgredirán las medidas que se aconsejan.
No hay medida cuantificable para homogeneizar el impacto de las tragedias comunes y apocalípticas. Cada uno de nosotros hará lo que pueda con su propio virus, no el de la pandemia, sino el de la fantasmática singular, esa que agobia y que estas catástrofes no hacen más que potenciar.
Este virus pasará como tantos otros, pero lo que perdurará serán las consecuencias subjetivas que produjo. Lo más letal y contagioso de esta pandemia no es la transmisión del virus, sino la del miedo. Ese que se propaga por las redes, por la televisión, por la radio, pero también en forma de chiste o meme. El miedo angustiante con disfraz de virus mundial es fundamentalmente el temor a lo desconocido, a eso que nos saca del confort al que estamos acostumbrados (aunque pueda ser doloroso y sufriente).