Nunca extrañé tanto ese momento antes de un partido en que el PF grita “¡cuádriceps!” y ahí te arrimás a ese compañero, al que tenés más cerca, y se genera en ese instante una complicidad, un sentimiento de compañerismo, de equipo, único. Es saber que te podés apoyar en cualquiera de los que están ahí (salvo algún separatista que demuestra equilibrio y estira solo), el resto sabemos que esa mano sobre el hombro del compañero es mucho más que un apoyo para equilibrar el cuerpo, es un bastón, es pura confianza en el otro.
La nueva realidad nos ha llevado a límites impensados, a situaciones que nunca imaginamos nos podían suceder. En este club estamos todos, estamos los padres que nos quejamos del home schooling, las parejas que no se pueden ver por un tiempo y los jóvenes que cambiaron las previas por un zoom que a los 40 minutos se corta y se vuelven a conectar la mitad.
Pero hay algo (además de la camiseta) que nos une hoy y nos separa a la vez: tener que entrenar solos. Para los veteranos (como yo) eso significó todo un proceso.
Primera semana, cero entrenamiento, disfrutando series y metiendo asado cinco de los siete días de la semana, y regando el asado con cerveza… casi siempre.
Segunda semana, me sentí invadido por la culpa y empecé a meter algún abdominal entre llamada y llamada, ya que estaba bajo el sistema home office. Pero la realidad era que no los hacía con el afán de mejorar físicamente, los hacía para sentir menos culpa a la hora de abrir una cerveza.
Tercera semana, aparecieron las presiones en las redes Obc&Ogc con su #entrenamosencasa, fotos y videos de todos los jóvenes atletas metiendo como locos, ¡¡¡y además a eso se sumaba Caco Pombo con sus 1000 millones de burpees!!!